-Hay que evitar el escándalo -dijo él con precisión en
su mirada.
Ella bajó la cabeza sin emitir juicio. Acto seguido,
salieron los tres en silencio.
El jardín de la casa era un amplio y acogedor espacio.
Podría decirse que era un paraíso en miniatura, cuyos ríos de verde intenso
rebasaban las glorietas dibujando arabescos en el suelo. En el centro de la
escena, desnudos, Adán y Eva miraban sus propias sombras.
-Buen trabajo –se dijo– y mientras soplaba el humo del
silenciador de la pistola, se volvió a tomar una cerveza.
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