sábado, 5 de mayo de 2018

ARREBATO

Llueve. La tarde  húmeda y fría, languidece, y la noche, con su mortaja de niebla, se cubre el rostro mientras se agazapa detrás de los tallos añosos de los árboles del parque. Un silencio atronador crispa la piel de los dolientes que esperan, por segundos, la muerte del enfermo. Es inminente -piensan- mientras mascullan letánicas oraciones, desarticuladas y superficiales.
El futuro muerto, se esfuerza por mantener el hilo de aliento que le queda.  Espera la llegada de su madre. Cuando ésta se hizo presente, en el ángulo diedro que forman el techo y las paredes que se alzan frente a sus ojos, estiró los brazos y balbuceó su nombre.
La noche emitió una sonora carcajada que obligó a los presentes a mirar por la ventana. Sólo bastó esa fracción de segundos para que el hombre desapareciera de su lecho.

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