El
escribiente golpetea el teclado con la delicadeza de un oso. El detenido,
azorado, observa con cierta admiración el certero golpe sobre la tecla que le
corresponde a cada una de las letras de su apellido y nombre. Se imagina el
dedo de ese policía en el percutor de su arma reglamentaria, disparando a
mansalva sobre su cuerpo enjuto.
Desiste de la idea de escaparse. Aprovechará el tiempo y estudiará abogacía; al fin y al cabo, la puntería no deja de ser un juicio.
Desiste de la idea de escaparse. Aprovechará el tiempo y estudiará abogacía; al fin y al cabo, la puntería no deja de ser un juicio.
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